La cuerda del violín
Una cuerda de violín sobre una mesa, por más preparada que este es incapaz de producir ningún sonido, y mucho menos ser parte de una hermosa melodía.
Pero, esa misma cuerda en un violín atada, apretada y afinada puede producir en manos del buen músico la más hermosa melodía.
Así somos nosotros, unas cuerdas sueltas, solas, vacías, sin sonido ni propósito en la vida.
Cuando nos convertimos a Cristo, formamos parte de su cuerpo siendo Cristo nuestra cabeza.
Allí somos sujetas a Él, Cristo nos afina, aprieta, nos sujeta a Él.
Solo así seremos capaces de reproducir el fruto perfecto.
Podremos reproducir esa música hermosa que atraería a otros a acercarse para disfrutar y deleitarse.
Como nos dice Oseas 11:4 (a)
Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor…
Pasamos de una simple cuerda sola e inservible, a una cuerda colocada en el lugar correcto y desempeñando en su mayor capacidad aquello para lo que fue creado.
En las manos del único indicado, nuestro Señor Jesucristo.
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