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sábado, 18 de diciembre de 2010




Pongamos Sal a Nuestra Predicación

Por Yoli de Mallén

 “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” Romanos10:14-15.

¿Cuántas veces hemos leído y re-leído estas palabras? Sabemos a conciencia que es a nosotros que Dios nos está hablando.  ¿Y qué estamos haciendo?

Y con estas otras palabras que menciona Timoteo en su segunda carta, versos 1 y 2:
“Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino que prediques la palabra, que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.”

No puede el Señor ser más claro con su mandato, de nuestra responsabilidad de llevar la palabra, la noticia, las buenas nuevas de Salvación a otros; llevarles a conocer de Cristo, del Cristo crucificado.

Pero no solo es hablarles, sino que nuestra palabra sea con gracia, sazonada con sal, como dice Colosenses 4:6:
“Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis como debéis responder a cada uno.”

Este relato que aparece a continuación lo leí hace poco en un libro que una hermana compartió conmigo llena de entusiasmo. El libro se titula “Si quieres caminar sobre las aguas, tienes que salir de la barca” por John Ortberg.
Y esta anécdota que comparto contigo hoy estaba dentro de la lectura, la copié tal cual se narra en las páginas 83 a la 85:

“Jeffrey Cotter relata una ocasión, un inolvidable viaje en avión en el que se arriesgó. De regreso de una entrevista de trabajo y vestido con “blue jeans”, este pastor se encontró sentado junto a un hombre de negocios, lector de Wall Street Journal, con un portafolio y traje tipo diplomático. El impulso inicial de Cotter fue evitar cualquier conversación ( en especial relacionada al trabajo), pero cuando Don Graduado de Finanzas lo saludó, perdió esa opción. El hombre laboraba en lo que denominó el negocio de clínicas embellecedoras de la figura. Le habló de la manera en que podía cambiar la autoestima de una mujer cambiando su cuerpo; también le habló de su emoción acerca del poder y el significado de lo que hacía.
Cotter quedó impactado por el orgullo del hombre, su trabajo y sus logros. Se preguntó por qué los cristianos no somos más así y por qué somos con frecuencia tan defensivos respecto a nuestra fe. Se percató entonces de que, debido al temor, había permanecido esquivándolo durante todo el vuelo.
Observando con escepticismo la vestimenta de Cotter, Don Graduado en Finanzas le preguntó sobre su trabajo.

Dejemos que Cotter lo cuente desde aquí:
El Espíritu comenzó a moverse sobre la faz del abismo. ¡Orden y poder surgieron del caos! Una voz, un susurro, me recordó: “Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe en el Señor”.
-Qué interesante que tengamos semejantes negocios e intereses- le dije- Usted está en el negocio de la transformación del cuerpo; yo, en el de la transformación de la personalidad. Aplico principios básicos teológicos para lograr la modificación esencial de la personalidad.
Mordió el anzuelo, pero sabía que nunca lo admitiría. (El orgullo es poderoso)
-¿Sabes qué?, ya he oído de eso- respondió con duda- pero, ¿tiene oficinas en la ciudad?
-Bueno, tenemos muchísimas oficinas. Por todo el estado. Es más, tenemos presencia nacional; tenemos al menos una oficina en cada estado del país, incluyendo Alaska y Hawaii.
El hombre tenía una mirada intrigada. Trataba de identificar a esta gran compañía de la que seguramente había leído o escuchado antes, tal vez en su Wall Street  Journal.
-De hecho, ya nos expandimos a nivel internacional. Y la administración tiene planes de establecer al menos una oficina en cada país del mundo para el final de esta era de negocios.
Hice una pausa y le pregunté:
-¿Su negocio tiene un plan semejante?
-Bueno, no. Todavía no- me respondió- pero usted mencionó a la administración. ¿Cómo hacen que todo funcione?
- Es una preocupación familiar. Un Padre y su Hijo… manejan todo.
-Debe costar  muchísimo capital – comentó  con escepticismo.
-¿Se refiere al dinero?- pregunté- Sí, eso supongo. Nadie sabe cuánto cuesta, pero no nos preocupamos porque nunca nos quedamos cortos de recursos. Parece que el Jefe siempre tiene suficientes. El es una persona muy creativa… Y el dinero, bueno simplemente esta ahí. Es más los que estamos en la compañía tenemos un dicho acerca del Jefe: “El posee todo el ganado sobre miles de montañas”.
-Oh, ¿así que también se dedica a  la cría de ganado?- preguntó mi cautivado amigo.
-No se trata de un dicho que utilizamos para indicar su riqueza.
Mi amigo se acomodó en el asiento.
-¿Y qué de usted?- me preguntó.
-¿Los empleados? Somos todo un caso -  le dije- tenemos un “Espíritu” que satura la organización. Funciona más o menos así: El Padre y el Hijo se aman tanto que su cariño se filtra a través de toda organización de manera que terminamos amándonos unos a otros también. Sé que esto se oye muy anticuado en un mundo como el nuestro, pero hay gente en la organización que esta dispuesta a morir por mí. ¿En su negocio pasa algo semejante?

En ese momento estaba a punto de gritar. La gente comenzó a moverse notoriamente en sus asientos.
-Todavía no –contestó Y luego cambiando rápidamente de estrategia, me preguntó- ¿Y le ofrecen buenas prestaciones?
-Son abundantes – contraataqué con un destello- Tengo seguro de vida total y seguro contra el fuego, todo lo básico. Puede no creer esto, pero es cierto: Tengo la propiedad de una mansión que se está construyendo en este momento para cuando me retire. ¿Cuenta usted con eso en su negocio?
-Todavía no – respondió en tono melancólico.

Comenzó a amanecer.
-¿Sabe qué?, hay algo que me incomoda. He leído muchos periódicos y revistas y, si su negocio es todo lo que usted dice que es, ¿por qué no he escuchado nunca acerca de él?
-Esa es una buena pregunta - le dije – Después de todo, tenemos una tradición de más de dos mil años… ¿Quisiera asociarse?

Durante los siguientes cinco minutos, nos convertimos en algo más que extraños casuales.

Creo que definitivamente Nuestro Señor sazonó con sal las palabras del hermano Cotter para hablarle a su compañero de viaje.
Aprovechemos este ejemplo y pidámosle a Nuestro Dios podamos predicar con Gracia y Denuedo cada vez que se nos demande razón del evangelio.

¡Adelante hermanos, que podamos ser considerados por Nuestro Señor dentro del grupo de “los pies hermosos” por anunciar las buenas nuevas de Salvación!


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